jueves, 9 de abril de 2020

ÁLVARO Y LA LUMBRE

Estos días, en los momentos más duros y cuando me ataca el miedo, tengo la sensación de que la muerte corre descontrolada por nuestras calles y que a veces no distingue a sus víctimas.
A Álvaro no le tocaba encontrarse con ella, tenía 41 años.


En mis paseos por el barrio, algunas veces entraba a comprar en un “chino” de la calle Granada, perdiéndome por los pasillos de un local grande, desierto y destartalado, que en esos momentos (hace dos años y medio), había cerrado y estaba en obras; me asomé al cristal del escaparate y vi una pareja joven con dos niños pequeños, pensé que era peligroso que los niños se subiesen a las escaleras y corriesen entre estanterías desmontadas, cables, botes de pintura … Julia y Álvaro me vieron y sonrieron adivinando mis ” neuras” de abuela.

Otro día vi con asombro el cartel que ya habían puesto en la fachada: “Librería la Lumbre”, hice una foto para enseñársela a mis amigas enredadas, no me podía creer que alguien tuviese el valor de montar una librería en un barrio de Madrid, luego les hemos dicho muchas veces que lo vivimos como un regalo inesperado y maravilloso.

Fuimos de las primeras clientas, entramos un día y ya no volvimos a salir.

Me extrañó que una pareja tan joven y moderna hubiese escogido un nombre como la Lumbre, me parecía antiguo y un poco rústico, ahora pienso que no podía haberse llamado de otra manera, desde el principio fue un lugar en el que estar “al abrigo”, “al calor de la lumbre”; nada que ver con otros espacios del barrio: fríos, poco acogedores, atravesados por tensiones, vanidades y luchas de poder.

Nada tan fácil como querer a Álvaro: era luminoso, guapo por dentro y por fuera, era natural, sencillo, cariñoso, nada pedante, (podría haber presumido de muchas cosas, pero nunca lo hacía), recordaré siempre su suave sentido del humor y su permanente sonrisa.

Quiero pensar que él también nos quería, a cada una por separado y también como grupo. Creo que le hacía gracia qué siendo mujeres mayores, fuésemos peleonas y estuviésemos metidas en todos los “fregaos”.

Normalmente a nuestra edad y más siendo mujeres, la gente te ignora o te trata con excesiva educación y condescendencia, con Álvaro nunca fue así, desde el principio se estableció entre nosotras y él una relación que era una mezcla de confianza, complicidad, cariño, bromas y guiños…

Nos hacía sentir especiales; podía haber sido nuestro hijo, pero nunca nos trató ni como madres, ni como abuelas, (habría sido muy fácil, pues se nos caía la baba con sus niños cuando los veíamos en la calle o en la librería).

Nos escuchaba con atención, tenía en cuenta nuestros criterios, le interesaban nuestras andanzas y nuestras opiniones; a veces nos preguntaba para informarse de los grupos y de las actividades que se movían en el barrio, pero nunca cotilleaba, ni hablaba mal de nadie, su único propósito era llegar a más gente y extender la luz de la Lumbre, cuanto más lejos mejor y entre los dos lo consiguieron:

Son incontables las presentaciones de libros, autores y editoriales… las charlas, los talleres, los recitales, las exposiciones, las tertulias… Asistimos desde el principio a la tertulia que él montó, nos reunía los miércoles, una vez al mes, no la "dirigía", la llevaba y cuidaba, con mimo, paciencia, respeto y mucha modestia (podría habernos dado muchas lecciones de literatura, pero no lo hacía).

Álvaro era un gran librero, hazaña que en estos tiempos solo está al alcance de un superhéroe.
Julia y él, en menos de tres años, convirtieron la Lumbre en unas de las mejores librerías de Madrid, con un conocimiento profundo del mundo del libro, con un “fondo de armario” de libros clásicos e intemporales y con las últimas novedades colocadas en el pasillo de la entrada; autocrítico con su trabajo y sabiendo de que pie cojeamos, nos pedía opinión sobre libros feministas y se preocupaba por si no les dedicaba suficiente espacio y visibilidad.

Creo que una de las últimas cosas que hice antes de encerrarme, fue ir a la Lumbre para aprovisionarme de libros, apenas había tres o cuatro personas y un silencio y una tristeza que no había sentido nunca, Álvaro estaba solo en la caja, no había perdido la sonrisa y estaba haciendo planes para el confinamiento de su familia y para seguir con la librería de forma on-line y contratando una mensajería segura.

Tengo que comentarle que uno de los libros que compré:” El infinito en un junco” de Irene Vallejo, se ha convertido estos días en mi libro de cabecera y que quiero pensar que no se ha ido, que está en una misión secreta y peligrosa, porque es uno de esos jinetes valientes e incansables, qué según este ensayo, recorrían el mundo antiguo a la caza y captura de libros para la biblioteca de Alejandría.


Isabel -  9 de Abril de 2020


El libro es, sobre todo, 
Un recipiente donde reposa el tiempo
Emilio Lledó: Los libros y la libertad 



Cartel dejado por un vecino en la Librería la Lumbre

















3 comentarios:

  1. Gracias Isa, por regalarnos este texto dedicado a Álvaro, nos deja más dentro su enorme sensibilidad, respeto y cariño.
    Fue y será todo lo que tú tan bien dices .

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  2. Gracias Isa,has sabido unir el histórico de la lumbre,tus sentimientos y el de las enredadas hacia Alvaro y poner en primer plano el sueño de Alvaro :libros , cultura y cariño al barrio con sus personas.
    Nos ha enseñado otra forma de hacer las cosas y tenemos que ser buenas alumnas...

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  3. Es precioso Isa. Impresionante el retrato del calor que una persona es capaz de transmitir.Que pena que nos abandonen, que dolor tan difícil de separar del pensamiento.Ojala podáis continuar compartiendo ese lugar donde él seguro continuará presente.
    Animo y arropar, si podéis, a esa familia que se ha quedado mutilada para siempre.

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