miércoles, 10 de febrero de 2016

El novelista Luis Landero en la librería Muga

El 3 de Diciembre fui con una amiga a Vallecas, a la librería Muga, para oír a Luis Landero hablar de su libro El balcón en invierno.
Qué pena que en nuestro barrio no tengamos una librería como esta, un lugar de encuentro amable, acogedor, donde poder mirar, tocar, hablar de libros y en el que constantemente hay actividades: talleres de lectura, charlas con autores, presentaciones de libros…
Al salir, las dos teníamos cara de felicidad y la sensación de que nos habían hecho un regalo: un autor famoso y consagrado y sin embargo tan cercano, sencillo y natural, que nos hablaba con un entusiasmo contagioso de sus experiencias como lector y escritor.

Landero refleja en su libro la España de los años 50, triste, fría, gris… la de aquellos campesinos que abandonaron sus campos y pueblos para buscar en la ciudad una vida mejor, los mismos que de noche construyeron las chabolas de Palomeras en cuyos terrenos se levanta la librería.
Solo una pequeña parte de estos niños y jóvenes pudieron estudiar a base de becas o en horarios nocturnos después de jornadas agotadoras. Y digo niños, porque las niñas y mujeres ni siquiera tuvieron esa posibilidad; encargadas de la casa, de cuidar a sus hermanos, o trabajando como criadas desde muy pequeñas, apenas pudieron ir a la escuela y muchas llegaron a adultas sin saber ni leer ni escribir.
Este es el mundo del que habla Luis Landero, con la frescura y los recuerdos intactos de aquel chaval del barrio de Prosperidad, recién llegado del campo extremeño con su familia y al que el padre intenta encarrilar en trabajos serios y con futuro, sin conseguirlo nunca.

Al volver a leer el libro con las gafas violetas, han pasado a primer plano cosas en las que no me había fijado la primera vez:

El padre campesino desarraigado, siempre de mal humor, incapaz de trabajar en la gran ciudad y que sin embargo sigue siendo el jefe y patrón de la familia cuyas órdenes hay que cumplir sin rechistar.
La madre y las tres hermanas que mantienen a toda la familia trabajando sin pausa en casa con una tricotosa.
El hijo, el único varón, con la obligación de convertirse en un” hombre de provecho”, estudiar una carrera y subir en la escala social.

Destaca el cariño y la complicidad que el chico tiene con su madre y sus hermanas y cómo en la novela recuerda las tardes, cuando el padre salía un rato a pasear y en la casa todo se relajaba y empezaban a hablar a gritos, a cantar, a reír, a comer helados…un pequeño recreo que se cortaba de golpe al oír en la escalera la garrota del padre.

En este mundo de mujeres y de relatos orales, es donde aparece su vocación de escritor; ya había empezado en el pueblo sobre todo a través de su abuela, mujer analfabeta pero poseedora de saberes centenarios que contaba de forma maravillosa. Durante toda su vida insiste una y otra vez en que su abuela, y después su madre, le cuenten historias, relatos, sucesos de sus vidas para poder pasarlos al papel y que no se pierdan.

Es muy emotiva la foto de la portada, Landero abrazando a su abuela como queriendo proteger del olvido un mundo y una forma de vida que ya estaban desapareciendo.




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