miércoles, 4 de abril de 2018

De Caretas y Capirotes




Por costumbre, seguimos llamando Semana Santa al periodo de vacaciones del principio de la primavera, a pesar de que la Constitución española es aconfesional y nuestra sociedad en teoría más abierta y plural. 

Pero este año podemos llamarla así con todas las de la ley. 







De niña en los años cincuenta, la Semana Santa, sus oficios
y procesiones me daban terror, me horrorizaban
los encapuchados,
las figuras sangrantes y dolientes, los penitentes con cadenas, las mujeres de negro con mantilla, las velas, la música fúnebre…



En la adolescencia me producían tristeza y aburrimiento y aunque intentábamos escapar por todos los medios, el nacional catolicismo lo impregnaba todo, empezando por la televisión, donde lo más laico que ponían era Ben-Hur y Espartaco.

Poco a poco aquello fue desapareciendo (o eso creíamos). En los años setenta y ochenta la gente escapaba a las playas, llenaba cines y discotecas y a nadie que no fuesen curas o beatas se le ocurría ir a las procesiones que se veían como algo anacrónico y rancio.

Pero este año ha sido como volver a la pesadilla del franquismo y a la tele en blanco y negro:



Ministros y ministras que asisten de forma oficial y cantan himnos en ceremonias religiosas...
cadenas públicas y privadas dedicando gran parte de su programación a una parafernalia religiosa que creíamos olvidada,
programas con nombres como “el Día del Señor”,
curas adoctrinándonos y dando sermones como si fueran noticias de alcance, pronósticos del tiempo adaptados a los horarios de los distintos pasos, retransmisiones de larguísimas procesiones con un público tan entregado como el que va a conciertos de Rock and Roll, 
“graciosas” anécdotas sobre cofrades y costaleros, sobre si sale un paso o si la cruz tropieza con una farola….

Todo esto en un país aconfesional, en el que se habla y se critican continuamente los “extremismos” religiosos y sus manifestaciones, pero en el que la religión católica, aunque ya casi nadie la practique, se ha convertido en seña de identidad, en algo “muy nuestro”, parte de nuestra cultura, con espectáculos de masas impactantes que buscan la emoción facilona, actos sociales en los que hay que participar, a veces pagando mucho dinero, para ver y para que te vean.

Claro que no sé por qué nos extrañamos, es el mismo país en el que rige la ley mordaza, en el que delitos de opinión tienen pena de cárcel, el de las banderas españolas en los balcones, el de los gritos de “a por ellos” contra los catalanes, el país en el que se ve paseando por la calle a torturadores de la brigada político-social.

El país donde se falsifican y se compran títulos en universidades públicas, donde se sigue asesinando a mujeres y se firman Pactos de Estado que ni se cumplen ni se dotan, donde el trabajo es cada vez más precario y nuestros jóvenes tienen que emigrar, pero donde ¡oh milagro!, la economía crece más que en ningún sitio de Europa.

Esta sí que es una Semana de pasión y sufrimiento, en un país a la deriva que hace aguas por todas partes, mientras que los medios de comunicación solo sacan oficios, procesiones, himnos fascistas…

mezclados con vacaciones, playas, risas, borracheras y felicidad barata.

Estas “cofradías” siempre estuvieron ahí, no se fueron nunca, ahora simplemente se han quitado los capirotes y las caretas, nos miran con descaro y se ríen de nosotros a mandíbula batiente.

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