domingo, 2 de octubre de 2016

Los Velos


Hace 6 años acompañaba a mi hija por las calles de Neukölln, su barrio de Berlín, en busca de un piso de alquiler. Ella estaba embarazada de siete meses y el tiempo se le echaba encima.
Es curioso cómo con el nacimiento de mi nieta he olvidado la angustia y la preocupación de aquellos días de verano y me he quedado solo con los recuerdos agradables o las anécdotas divertidas.

Entre otras cosas, fue un aprendizaje rápido y práctico de algunos de los rasgos culturales de los alemanes, por ejemplo, cuando en una calle muy larga, corriendo con la lengua afuera porque llegábamos tarde, vimos al agente inmobiliario que nos iba a enseñar un piso irse a grandes zancadas, no había esperado ni cinco minutos, la puntualidad para ellos es algo sagrado.

Lo habitual era que para ver cada piso se amontonasen en una misma cita hasta quince personas; había que hacer un auténtico maratón para subir rápido las escaleras, ver el piso, rellenar un formulario con muchos requisitos y entregárselo al empleado de la agencia.

Los clientes eran de lo más variopinto y era habitual ver en muchas de las citas a las mismas personas mirándonos de reojo los unos a los otros. La zona empezaba tímidamente un proceso imparable de gentrificación, así que entre los alemanes abundaba el tipo hipster: jóvenes, altos, guapos, con barbas limpias y cuidadas, y con gran poder adquisitivo, eran sin duda los que más posibilidades tenían, los que subían más rápido las escaleras, a codazos si hacía falta, los que rellenaban rápido y correctamente los formularios, los que hablaban y hacían bromas al de la inmobiliaria en perfecto alemán.

Luego estábamos “los otros”: rumanos, españoles, portugueses, sudamericanos... Un día apareció un grupo de mujeres turcas de distintas edades, de las que solo se podía ver parte de la cara, era algo excepcional porque iban solas, sin hombres, y porque los turcos tienen su propia red de agencias de alquiler.

Inmediatamente me salió la vena racista y sexista: En seguida las comparé a los gitanos en España cuando van a los hospitales con toda la familia. No entendía por qué iban tantas. No entendía como soportaban el calor con aquellas vestimentas. No entendía.
 

Pero ya en la segunda o tercera visita establecimos una complicidad con la mirada, sobre todo con una mujer de más o menos mi edad y probablemente en la misma situación de madre y futura abuela. Sonreíamos al reconocernos en las puertas de los edificios, subíamos juntas las escaleras, evaluábamos los pisos y por gestos nos entendíamos: en este no hay nada que hacer, este se lo dan seguro a esa pareja joven de alemanes, este es carísimo...

Al final mi hija encontró piso y no volvimos a verlas. Pero yo he seguido acordándome de esas mujeres y de muchas otras a las que veo cuando voy a Berlín. Al principio, el verlas tan tapadas me producía incomprensión, crítica, un cierto rechazo; luego, poco a poco, al coincidir en parques, tiendas, consultas médicas, etc. cambias la mirada, dejas de ver solo el velo y aprendes a aceptar formas de vida diferentes a la tuya. Aunque tal vez no sean tan diferentes y eso es lo que nos provoca malestar.

 

De repente me he acordado de mi infancia en la España de los años cincuenta y sesenta: En Madrid, el colegio de las monjas con sus hábitos y tocas tan parecidas a la vestimenta islámica, los uniformes de lana con los que te achicharrabas en cuanto empezaba a hacer calor y que incluían un sombrero de fieltro con una goma que picaba y te hacía heridas, las misas, rosarios y novenas a las que había que ir bien tapadas con velos y rebecas . 

En los veranos de Gijón, aquellas mujeres de aldea con refajos y sayas negras con el pañuelo atado a la cabeza. A veces, si íbamos pronto a la playa, las veías vestidas y con los zapatos en la mano paseando por la orilla o incluso bañándose, por suerte para ellas ningún guardia se lo prohibía, eso estaba reservado para las chicas que se atrevían a ponerse los primeros bikinis.



 Parece que hemos olvidado cómo la religión y la moral impuestas por el nacional­catolicismo en España también tapaba el cuerpo y las cabezas de las mujeres, y llenaban nuestra vida de normas y prohibiciones que hoy nos parecen absurdas. 

Sabemos que somos las propias mujeres las que tenemos que decidir qué tipo de vida queremos y qué ropa nos ponemos, que las prohibiciones son inadmisibles, que la sociedad occidental sigue discriminando a las mujeres de formas diversas y a veces “invisibles” y que el camino va a ser largo y difícil para todas.

7 comentarios:

  1. Muy bonita reflexión. Ojalá todxs fuésemos capaces de confesar-nos esas fealdades prejuiciosas que cruzan nuestras mentes. Y fuésemos capaces también de ir más allá de ellas y aprender, como mínimo, a convivir.

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  2. Hay algo muy personal en este relato que invita a la evocación y reflexión.

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  3. La experiencia que cuentas en el artículo sobre las mujeres turcas en Berlin me ha recordado a otra que viví en Marruecos concretamente en Tetuan en el año 1998. Ibamos a visitar a la familia de un amigo marroquí que residía en la Comunidad de Madrid. Quedamos en el vestíbulo del hotel donde pernoctamos con un miembro de la familia que nos iba a llevar a su casa. La persona que nos recibió era una mujer de 35 años universitaria, divorciada, sin hijos, vestía ropa muy holgada y llevaba pañuelo (hiyab). Nos plantó un par de besos a mi marido y a mi sin ningún problema y estuvimos charlando un rato. Nos contó que que llevaba el pañuelo porque se sentía más cómoda y a salvo de las miradas de los hombres, iba incluso a discotecas con esta vestimenta. Trabajaba fuera de casa en una tienda de comestibles de la familia, nos llevó a la casa familiar donde vivía con sus padres, ésta se encontraba dentro de la Medina. Allí nos agasajaron con todo tipo de comidas y bebidas y nos rogaron que pasaramos la noche allí y les contáramos cosas de su hijo y familia en España. La casa tenía un patio interior y alrededor en dos pisos, las habitaciones, salones, etc. Pudimos ser testigos de la elaboración de la tarta más grande que he visto en mi vida, batían 120 huevos en un barreño enorme con grandes batidores, nos explicaron que era para la boda de un familiar y estaban allí un monton de mujeres trajinando y preparando un gran pastel, me pareció precioso y me dió un poco de envidia este trabajo en común de familia, vecinos para preparar una fiesta, aquí lo hemos perdido...
    En resumen, esta experiencia me sirvió para relativizar muchos de los prejuicios que tenía sobre la gente musulmana, su religión y sus costumbres. En el mundo musulmán hay personas que llevan el hiyab como señal de identidad y por comodidad.
    No quiero decir con ésto que no haya muchísimas mujeres musulmanas que estén totalmente sometidas al hombre, ya sea el padre, hermano o marido pero también es verdad que el hecho de llevar pañuelo no tiene por qué ser un signo de sometimiento, y creo que es erróneo cualquier tipo de prohibición en este sentido.
    Mariluz

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    1. Tu comentario hace que viajemos a un país islámico, no como turistas con perjuicios, sino como personas con la mente abierta intentando compartir y comprender su forma de vida.Parece que podemos oler el pastel de boda...
      Muchas gracias por leernos y compartir con nosotras tus experiencias solidarias

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  4. Me encantan todos los comentarios que he leído sobre los velos, valorando los sentimientos, la cooperación, la sintonía frente a las mismas preocupaciones.
    Para mí lo importante es analizar las culturas y las tradiciones de las diferentes mujeres y tener la mente más abierta, no quedarnos en lo superficial del velo (hiyab),ropa hasta los tobillos (jilab)o burkini , sino intentar indagar que son mujeres con los mismos problemas de sometimiento ,preocupación por sacar adelante una economía familiar o ser las cuidadoras principales.
    ¿Por qué no criticamos las chilabas que llevan los hombres encima de sus pantalones?
    Está claro que intentan someternos de muchas formas (faldas cortas ,ropa muy estrechas ,tacones muy altos y finos que nos estropean los pies y la columna...) Dejemos de criticar a otras mujeres y analicemos que las occidentales estamos subyugadas a la moda y a la publicidad.
    El sometimiento no es un pañuelo, es algo más profundo que las mujeres lo tenemos impregnado en todos nuestros poros y no podemos caer en banalidades que incluso están fabricadas por el mismo patriarcado con la excusa de querernos defender.
    Carmen

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  5. En mi trabajo como maestra en el barrio de Legazpi,con mucha población inmigrante, siempre he defendido la riqueza que supone la interculturalidad y el respeto a la diferencia.
    En mi cabeza están muy claros estos valores, pero compruebo que me producen rechazo los velos, los burkas y el papel social que se le da a las mujeres en ciertas culturas.
    Me parece muy interesante lo que comentas de tu cambio de actitud ante aquellas mujeres turcas, al ser capaz de ver las personas, mujeres como tú, detrás de los velos.
    Me pregunto cómo se sienten estas mujeres en la sociedad occidental y la necesidad que tienen de reafirmar su identidad.
    Abrazos enredados

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  6. Muchas gracias por tu comentario. Pones el dedo en la llaga:
    Lo difícil que es en muchos casos llevar nuestras ideas y principios a la realidad del día a día

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