El sábado 26, un día antes de lo previsto, tuvimos que desmontar la instalación de la plaza pues, a lo largo del día, las figuras habían sufrido algunos daños.
Las características de los mismos demuestran que no se trató de una agresión simbólica a lo que representan, sino de un intento de apropiación; violento, desde luego, en el propio concepto y en la forma de llevarlo a cabo.
Hay multitud de razones y actores posibles para un acto “vandálico” como este. Dar por hecho que lo habrá llevado a cabo un bestia que no respeta nada, misógino, etc. etc. nos hace en cierto modo partícipes de las violencias contra las que luchamos.
Para conjurar la propia pena y rabia que todo esto genera, pero también en un intento de escapar del bucle que una y otra vez, como sociedad, retroalimentamos, he aquí una posible explicación de los hechos:
Una vecina del barrio lleva años viviendo con un hombre y sufriendo sistemáticamente agresiones por parte de él. No encuentra el valor suficiente para dejarle ni para denunciarle, por miedo a las consecuencias que ello acarree para sí misma y para el resto de sus familias.
Harta de soportar las vejaciones a las que se ve sometida, y envenenada por el desprecio hacia sí que esto le genera, pactó consigo misma algo tan descabellado como su propia desesperación: si conseguía robar una de las figuras y ponerla en su lado de la cama, oculta bajo el colchón, le daría la fuerza suficiente para escapar…